domingo, 6 de abril de 2008

Mitsubishi


Esta noche volvía casa andando de una cena y me he cruzado con uno de esos todoterrenos enormes grises, de la marca Mitsubishi, la misma de aquel vídeo VHS que tuvimos en casa. Mi padre se gastó más de 200.000 pelas de las de los años 80 en él, un aparatejo gris enorme en el que vi más de una docena de veces El soltero de oro sin saber que la cinta acaba rayándose. Cuando al fin acabó hecha papilla me quedé tan huérfana como antes de tener ese milagroso aparatejo: aún no había ningún videoclub en el barrio y tampoco había más películas en casa. Cuando por fin abrieron uno, la mayoría de las películas estaban en Beta... ¡Mala suerte! Aquella cinta cabezona era más popular que ese prodigio de la técnica, tan compesado y cuya carcasita exterior se podía abrir para limpiar la película -eso, he de confesarlo, tardé en descubrirlo algunos años-.
Era una pena, una de las pocas apuestas arriesgadas que había hecho mi padre y había acabado perdiéndola. La anterior fue comprarme un Commodore -promete hablar de él algún día- en lugar de un Spectrum. Eso de ir siempre por lo más caro acababa pasando factura.
Pero el tiempo puso a cada uno en su sitio y llegó al Diablito -¡algún día tenían que abrir el primer videoclub!- lo mejor del cine de la época -¡también en VHS!-, o de la época anterior, porque supongo que muchas de aquellas películas eran reeditadas. Doce del patíbulo, Salvación o victoria o Carrie llenaron algunas de las tardes de mi infancia, en concreto hasta que descubrí que podía enchufar un micrófono a aquel vídeo de nombre endiablado y doblar a los presentadores del telediario...

P.D. Ahí arriba os dejo la imagen de un vídeo que es muy similar a aquel que andaba por mi casa cuando aún no habían inventado los muebles en los que colocar una televisión y un vídeo a la vez.

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