jueves, 6 de septiembre de 2012

¿Hay futuro para los periodistas?

Durante los últimos días entrar a Twitter o a Facebook y visitar los perfiles de los compañeros de profesión se está convirtiendo en un auténtico suplicio: despidos en los periódicos del Grupo Joly, el cierra de Canal 2 Andalucía (sí, ya sé que no habrá despidos, pero que le pregunten a los redactores que están en la bolsa de trabajo de esta casa cuánto llevan sin trabajar), ERE en el grupo Prisa, el que hubo en El Mundo en junio y que yo padecí en carne propia.

La sensación es que el periodismo se derrumba, que precisamente ahora cuando más necesario es un periodismo fuerte, vigilante con el poderoso, es cuando se están desintegrando los medios de comunicación. ¿Qué ha pasado durante estos años? Por supuesto está la caída de los ingresos por publicidad, tanto la institucional como la empresarial. Y la dichosa crisis. ¿Pero, al margen de las decisiones estrictamente empresariales, hay algo que hayamos hecho mal los periodistas? Yo creo que sí.

Hemos aceptado que el periodismo que hacemos está al servicio del poderoso, de la institución política. Todos sabemos de ruedas de prensa que "hay que cubrir" porque la da tal o cual institución que mete miles de euros en publicidad en determinado medio y con la que es preferible no tener problemas, lo que se traduce en no ser críticos con ellas. Los periodistas aceptamos ir a comparecencias sin preguntas, lo que viene siendo ir a la lectura de comunicados de prensa y lo que es el anti periodismo. ¿Cómo me puedes convocar a una rueda de prensa si después no me vas a dejar preguntar? Yo es algo que ni he entendido ni entenderé nunca. También hemos tolerado que los gabinetes de comunicación de las instituciones públicas, sí, esos que pagamos todos, se vuelvan cada vez más opacos y que en lugar de a facilitarnos información a lo que se dediquen sea a taparla o a filtrársela al medio que a ellos les interesa.

La consecuencia de todo esto es que los periódicos se han vuelto cada vez más uniformes. Sólo hay que hacer un ejercicio matutino para darse cuenta: desayunar con varios periódicos de papel durante un par de días seguidos. Creo que no me arriesgo si afirmo que el 90 % de las informaciones que contienen son las mismas. Lo único que cambia es el enfoque y a veces ni eso.

La excesiva dependencia de la agenda del día, de esas ruedas de prensa en las que "hay que que estar", el gusto por el periodismo de declaraciones  y lo que yo denomino el 'síndrome del F5', que es pasar buena parte del día dándole a ese botón en el teclado de nuestros ordenadores para actualizar la información de las agencias de noticias son factores que han contribuido a esa uniformidad. También está, por supuesto, la merma de las plantillas: cuanta menos gente hay en un periódico, menos temas propios pueden salir a la luz, eso está claro, y más hay que tirar de las agencias. Es una pescadilla que se muerde la cola, no cabe duda. Y también está la dichosa precariedad. Sí, todo eso existe y es un gran lastre, pero, a pesar de todo eso, creo podríamos haber hecho un periodismo mejor del que hemos hecho.

Otro de nuestros 'pecados', por así llamarlos, ha sido no comprender el poder de internet. Hay compañeros que no se han dado cuenta de que el futuro está ahí, en la red, pero que requiere una información diferenciada. No es lógico volcar cada mañana por sistema el contenido del periódico de papel en internet. ¿Qué valor añadido le das así al comprador del papel? Y sí, habrá lectores que prefieren tener en sus manos el periódico físico, pero la gente no es tonta y hay en un momento en el que el castillo se derrumba por su propio peso. "¿Por qué voy a pagar cada mañana por algo que me encuentro gratis al encender mi ordenador y sin salir de casa?", se habrá preguntado, y con razón, más de uno.

Por no hablar del recelo que en algunos compañeros causa la irrupción de internet en el mundo del periodismo. Sí, es un engorro ir a una rueda de prensa y, justo cuando termina, mandar un para de párrafos a la redacción para que salga en el digital. Y después, ya con tiempo, profundizar un poco más en el tema y darle un enfoque no tan informativo, sino más analítico. Es un engorro porque supone más trabajo, claro. También es una fastidio tener que editarse las noticias en internet, pero en internet es justo donde más hay que editarse las noticias por el mundo de posibilidades que te ofrece: el mero hecho de poder usar los enlaces para ampliar las informaciones las enriquece hasta límites insospechados y convierte a una noticia en una especie de tela de araña a tejer por el periodista, no por el becario que está editando para la web.

Una vez hecha la autocrítica, ¿hay futuro para los periodistas? ¿Hay algún tipo de esperanza para seguir ejerciendo esta profesión? Yo estoy convencida de que sí. En una charla en la Facultad de Ciencias de la Comunicación hace unos meses mi mensaje para los estudiantes fue precisamente éste, que sí que hay futuro para el periodismo, pero no para el periodismo tal y como lo entendemos ahora. Yo creo que ese futuro pasa por la especialización y en hacerse con una cartera de colaboraciones lo suficientemente grande como para poder vivir.

Si cada vez hay menos periodistas en las plantillas, cada vez será necesario tener más colaboradores externos. ¿Que esto supone volver a la precariedad? Pues es posible, pero aquí es donde tiene que entrar la imaginación, la vocación y el emprendimiento: estoy segura de que hay nichos que ni nos imaginamos que están ahí y que se explorarán en los próximos años gracias a esta situación tan puñetera por la que atraviesa la profesión.

De hecho, ayer en Twitter algunos compañeros debatían por dónde iba el futuro y apuntaban a que la revolución del periodismo podía venir de los propias periodistas, mediante la creación de periódicos digitales. Pues sí, ésa puede ser una salida, no cabe duda. Algo para mí esperanzador es el potencial de internet: cuando yo empecé a trabajar en 1996 ni por asomo podía imaginar que algún día llegaría a existir un medio de comunicación tan potente, en el que se puede integrar texto, imagen y vídeo, con posibilidad de enlazar a todas las informaciones previas que quieras y con unos contenidos que se pueden compartir de forma ilimitada. Ese potencial tenemos que aprovecharlo. No nos queda otra si queremos seguir en la profesión.

domingo, 15 de abril de 2012

¿Somos lo que hacemos?

Arranco la mañana de domingo leyendo un reportaje de Lucía González en elmundo.es sobre cómo sobrevivir al despido, una circunstancia por la que han pasado, pasarán (o pasaremos) miles de españoles en los próximos meses.

Diego Vicente, profesor de Comportamiento Organizacional de IE Business School, advierte en este reportaje que es habitual que el trabajador que se va al paro se suele quedar desorientado porque los seres humanos tendemos a confundir lo que hacemos con lo que somos. "Cuando le pides a alguien que se defina la gente lo hace por su puesto de trabajo. Cuando dejas de desempeñar ese empleo la primera pregunta es: ¿quién soy yo?", explica Vicente.

Esa pregunta, el plantearse quién soy en realidad yo, es muy potente, es una llave para bucear en uno mismo, en aquello que de verdad desea, que le gusta y que puede suponer un motor de vida más allá del trabajo y de lo que damos por supuesto sobre nosotros.

Nos identificamos con lo que hacemos y el lenguaje habla por nosotros. Yo soy periodista, suelo decir, pero esa afirmación no es cierta: yo trabajo como periodista y soy una persona completa con independencia de cómo me gano la vida.

A veces somos más personajes que personas y es más fácil que nos identifiquemos con lo que hacemos que con lo que somos, sobre todo si tenemos un trabajo con relumbrón social y que nos asegura ganarnos el cariño, el respeto o la admiración.

Hace un par de años me leí un libro del doctor Mario Alonso Puig, 'Reinventarse', en el que precisamente habla de cómo sacar a flote nuestra verdadero ser, nuestra esencia. Asegura este cirujano reconvertido a escritor de libros de desarrollo personal que esa reinvención no significa convertirse en alguien distinto a quien se es, sino sacar a flote nuestro verdadero ser.

"Es en este nuevo espacio de posibilidades donde afloran la creatividad, la sabiduría y la energía que transforman por completo nuestra experiencia, trayendo mayor serenidad, ilusión y confianza a nuestras vidas", asegura Puig, quien inicia el libro recordando la invitación que había en el Oráculo de Delfos, a la entrada del templo de Apolo, a adentrarse en una de las aventuras más fascinantes que el ser humano puede emprender: la de conocerse a sí mismo.

Igual peco de ingenua, pero estoy convencida de ese conocimiento de uno mismo puede ser una buena receta anti crisis: si estamos en contacto con quienes somos en realidad, cuáles son por ejemplo nuestros valores y cuál es nuestra misión en la vida, creo que es más fácil encontrar el camino para desarrollarse y para sentirse realizado como personas con independencia de lo que hagamos.

¿Quién soy yo? Una buena pregunta para hacernos durante una aburrida tarde de domingo.


En la RAE: ser2 (me quedo con esta segunda acepción).
1. m. Esencia o naturaleza.
2. m. Cosa creada, especialmente las dotadas de vida. Seres orgánicos. Seres vivos.
3. m. ser humano. Es un ser admirable. Seres desgraciados.
4. m. Valor, precio, estimación de las cosas. En esa palabra está todo el ser de la proposición.
5. m. Modo de existir.

sábado, 14 de abril de 2012

Meditar para gobernar

Matthieu Ricard
Si los políticos meditaran, el mundo sería distinto. Hace tiempo que ando dándole vueltas a esta afirmación y cada vez estoy más convencida de que si un presidente del Gobierno, un diputado o cualquier concejal se sentara a diario, parara un rato, respirara y meditara en cuestiones como la vacuidad, la compasión o el amor, el mundo sería mucho mejor. 

Lo que ha hecho que esta idea pase de ser simplemente eso, una idea, a una obsesión ha sido ver pasearse por el Congreso de la Felicidad que estos días se ha celebrado en Madrid a Matthieu Ricard, un monje budista considerado por la Universidad de Wisconsin como el hombre más feliz del mundo, título logrado gracias a su práctica de la meditación.

Ricard, bastante modesto, se resiste en una de las numerosas entrevistas que le han hecho estos días a aceptar el título de 'hombre más feliz del mundo'. "Comparto esta condición con otros veinte compañeros", asegura. "Todas las personas que estén tan entrenadas como nosotros en la meditación sobre el amor y la compasión presentan la misma activación cerebral", garantiza este biólogo molecular francés que lo dejó todo para irse a un monasterio perdido en las montañas y quien ha acabado convertido en asesor personal del Dalai Lama.

Eso sí, da un consejo para ser feliz: "Sé bueno y haz el bien". Y sobre los políticos también tiene una opinión y sostiene que lo que hay que enseñarles es a reducir la brecha entre ricos y pobres y enfocarlos hacia la puesta en marcha de políticas nacionales encaminadas al bienestar.

Escuchado esto, sigo pensando que si se los políticos se animaran a meditar el mundo sería mejor. ¿Alguien se  imagina a un Mariano Rajoy que firme recortes de 7.000 millones de euros para la sanidad y de 3.000 para la educación después de haber hecho una sesión de meditación en, por ejemplo, la compasión? Sería prácticamente imposible.

Aunque creo que lo más indicado para quienes nos gobiernan sería meditar en el desapego, pero en el desapego hacia sí mismos, hacia su propio yo, hacia su ego. Ése es el camino para verse como lo que son: personas con verdades relativas y que se han ofrecido para estar al servicio de los demás y no al suyo propio, al de terceros o al de sus partidos.



Según la RAE: meditar.
(Del lat. meditāri).
1. tr. Aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de algo, o discurrir sobre los medios de conocerlo o conseguirlo. U. t. c. intr.

martes, 12 de octubre de 2010

Mentira




















Admiro a Cal Lightman,  el profesor protagonista de la serie 'Lie to me' quien es capaz de detectar una mentira sólo con mirarle el careto al que tiene en frente. Lo admiro, para qué negarlo, hasta el punto de que me encataría tener un Cal Lightman de bolsillo al que sacar en las ruedas de prensa: así podría saber cuando un político, un empresario o cualquier otro ser humano me está contando una trola.

Además, no sé por qué, pero me da a mí que en esta época pre electoral que vivimos sería de especial utilidad este Cal Lightman: rueda de prensa de, por ejemplo, la delegación malagueña que se examina para la Capitalidad Cultural Europea -no sé por qué me ha salido este ejemplo- en la que el alcalde destaca la importancia de que todos "hayan ido a una". Sacas tu Cal Lightman de bolsillo y, de repente, te chiva al oído que al gerente la Fundación Málaga 2016, Javier Ferrer, la capitalidad se la trae al pairo y lo que está es frito por largarse de allí, algo que por supuesto conoce el alcalde desde hace un mes y pico.

Rueda de prensa de, por ejemplo, el consejero de Turismo, Luciano Alonso: preguntamos por cómo va el año y el consejero responde que el año va bien. De nuevo sacas a tu profesor, quien escruta los microgestos del consejero, y te dice que no se cree ni de coña eso que el año va a ir mejor y que en realidad está con los datos que tiene encima de la mesa más agobiado que Dar Vader sin careta.

Este Cal Ligthman nos sería de especial utilidad a los periodistas, sí, sí... Yo ando convencida de que una de nuestras funciones es buscar la verdad, pero la VERDAD así con mayúsculas. No es fácil, claro que no es fácil, hay presiones económicas, políticas, las que nos imponemos nosotros mismos con la autocensura.

Al hilo de esto: me cuenta una amiga que hace unos días estuvo en una conferencia del psicólogo chileno Claudio Naranjo en la FNAC de Barcelona. Ella se ha quedado con una frase de Naranjo: "Para encontrar el verdadero amor antes nos hemos de deshacer de la mentira".Yo le daría una vuelta para aplicarla al periodismo: para entrar en contacto con la realidad nos hemos de deshacer de la mentira.



Según la RAE:
mentira.
(De mentir).
1. f. Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa.
2. f. Errata o equivocación material en escritos o impresos. Se usa más tratándose de lo manuscrito.
3. f. coloq. Manchita blanca que suele aparecer en las uñas.
4. f. coloq. Chasquido que producen las coyunturas de los dedos al estirarlos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Elpuntociego2.0.

Daniel Goleman, sí el que se inventó lo de la inteligencia emocional, habla de la existencia de lo que él denomina 'el punto ciego', aquello que tenemos delante de nuestros ojos pero que nos negamos a ver porque nos es más útil o conveniente no verlo. Es el autoengaño para protegernos del dolor, de la ansiedad o de cualquier otra cosa que pueda jodernos la vida.

Me da a mí que el mundo de la política es especialista en eso de autoengañarse. Ando flipada en los últimos días con la actividad en Twitter y Facebook que andan desplegando PSOE y PP de cara a las elecciones municipales de mayo del año que viene. Pero la percibo como una actividad poco auténtica: da la sensación de que reflejan una realidad edulcorada, partidista, en la que no caben los matices y se es malo o bueno. Huele a autoengaño.

La mayoría de estos 'twitteros' y 'facebookeros' no se dan cuenta de que sus 'followers' o amigos tenemos criterio: opinamos y disentimos. No somos de comprar motos a nadie. No pueden esperar que pulsemos de forma compulsiva los botones de 'me gusta' al loar lo que ha hecho su candidato para las elecciones municipales.

Dice Goleman que aquello en lo que centramos nuestra atención es lo acaba calando en nosotros. Lo que ignoramos, se desvanece. Es habitual que sea el psicólogo quien tenga que guiar a su paciente hasta su punto ciego -si no es así, corregidme los que sabéis de psicología-. Si aplicamos el consejo de Goleman al mundo 2.0, aquellos 'retweets' o comentarios en el Face que ponen una realidad nueva ante nosotros, que confrontan, son los que mejor que pueden venir a estos políticos de lo digital.


martes, 14 de septiembre de 2010

Inconformismo

Leo en el Facebook a una colega que se queja de que no hay grandes inconformistas que estén cambiando ahora el mundo. Creo que se equivoca: con un poco de inconformismo en el día a día ya contribuimos a cambiar el mundo, pero sin grandes aspavientos, de forma suave y contagiando ese inconformismo al que tienes al lado. Creo que esa tela de araña, ese contagio silencioso, es más poderoso que el acto aislado de cualquier gran inconformista. Desde esa perspectiva, ¿encontraríamos a inconformistas que andan cambiando el mundo ahora mismo? Seguro que la lista se amplía mucho.

Según la RAE:

inconforme.

1. adj. Hostil a lo establecido en el orden político, social, moral, estético, etc. U. t. c. s.

2. adj. disconforme. U. t. c. s.
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